Estirar brazos y piernas y contar de uno hasta diez,
pedir al tiempo un nuevo recuento,
alargar los últimos números
separando entre ellos los espacios,
convertir los cinco minutos en cuartos de hora,
llenar la boca de espera
y la intención frenada
antes de sucumbir sin remedio
a la llamada insistente del reloj
¡Qué cuesta salir cada día
del cálido cobijo de entre las mantas!
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