Coda a Soy tierra

Soy huérfana, hija única,
madre de numerosos hijos,
siento nostalgia de mis orígenes,
me lame el recuerdo
de tan deseado néctar.
Su alma me penetra y
me abandona.
Este apetito es una obsesión.
En la soledad de su lecho,
recostada a su regazo,
espero la respuesta
que jamás recibo.
Su recortado marco
preside mi íntima estancia,
en su espejo se reflejan
los infinitos astros del cielo
que tal vez sean hermanos
de mi propia sangre
o hijos separados de mi útero.
Aprendo sus nombres,
intento retener las huellas
del tiempo y en mis sueños
aparecen figuras endemoniadas
que quieren hablarme
de un olvidado ayer,
pero, de las cuencas de mis manos
se evaporan sus rostros,
igual que se diluye la fantasía
en una ilusión vana.

Soy tierra

Soy tierra y anhelo agua
igual que la fuente
vertida de la roca
busca río.

Soy tierra, mi sed
ansía el ancho océano,
sus márgenes me cubren
como un animal salvaje
cuando huele a celo.

Soy tierra, en mí florecen
las semillas,
llevo en mi ser
la ambrosía de dioses,
broté de la nube
de su aliento.

Soy tierra, acojo
las noches y sus días,
en mi la luna hace mareas,
agita mi vientre
y rompo aguas
en doloroso parto.
Llevo en los labios su sal,
en mi piel sus olas,
y mis ojos derraman
el dolor de sus abismos.

Soy tierra, arena y piedra,
respiro los sueños
que traen los aires
de un pasado atávico
y me arrastran los aromas
del futuro fortuito.

Soy tierra seca,
bebo vacío y olvido,
eterna sepultura
memoria y vida
que nunca sacia
mi espíritu.

Soy tierra, surgí
de las profundidades,
sobre los mares mi presencia
salvó al naufrago
de una muerte segura,
refugiado en mi cobijo.

Soy paraíso que incita
a la lujuria,
aunque no es ese
mi mayor pecado.
Mi cieno alimenta
la belleza del nenúfar
mi aridez esconde
el vergel de un oasis
pero guardo en cuevas
secretos vergonzosos.
Renuevo la vida
de la corrupta carne
y devoro a mis criaturas
sin arrepentimiento.
Construí montañas elevadas
para alcanzar los límites
del horizonte.

Soy tierra exiliada del océano.
En eterno destierro
intuyo de sus meandros
el profundo enigma
que esconde su abisal piélago.
Su seno me engendró
me amantó de fuego
y lluvia
para ser maternal materia
que engrandece su misterio.

Soy tierra, tuve muchos amantes
que, con promesas de amor eterno,
me rompieron el corazón
dejando las cicatrices
de su desprecio
en mis calientes entrañas.

Algas muertas

Se aferran en su agonía
a la roca,
en las conchas sin perlas,
entre piernas de sirenas fingidas.
Rodarán con la espuma
de las olas,
arrastradas a la orilla,
sepultadas en la arena.
Un respeto, no las piséis,
aún están húmedos
sus cuerpos.

Ha llegado la hora dulce


Ha llegado la hora dulce
del estío,
languidece bajo la sombra
el espíritu,
un leve suspiro del aire
mueve con suavidad
las hojas.
Algunas ceden al peso
de una hilera de hormigas,
caen lentas desde lo alto,
giran como acróbatas,
emprenden el vuelo
al cielo, a la tierra,
a la nada,
estas alas rotas…


Lo escrito, escrito está

Recogió la piedra la palabra,
los signos de nuestro andar
prematuro.
La piel, el papiro, la tela,
el frágil papel,
la pared encalada,
la puerta de un servicio
público.

Lo escrito, escrito está.
Vendrá el tiempo
a cubrir las palabras,
emborronar las sentencias,
a partir de ausencias, reconstruir
la historia,
olvidar la poesía creadora
que encierra profundas
y sabias palabras
en busca de la verdad,
resistiendo al olvido
que siempre llega.
También desaparecerán
las palabras huecas,
vanas, soeces, destructoras
como puñales que abren
mortales heridas.
Palabras que advirtieron
su fugacidad y atraparon el instante
para perdurar en la memoria.

Rondó el pensamiento
la palabra germinada,
semilla de luz.
Hoy, la palabra, más que nunca,
navega por el aire,
cruza el espacio,
se archiva en sinuosos laberintos
que guardan la palabra,
la pasean, la exhiben
ante extraños.

Prendido el fulgor de la inspiración,
es difícil discernir
entre un opaco
y ruidoso parloteo.
A veces, es complicado hallar
la palabra justa,
aquella que, emparentada
por siglos con palabras primigenias,
fue plasmada a cincel,
rememorada por trovadores,
cantada en corros de niños,
rumores prendidos que hicieron
leyenda, el mito, religión.

Lo escrito, escrito está.
Es incierta esta promesa,
pues el tiempo infinito
hace frágil cualquier cosa
que del hombre nace.
El aire dispersa el pensar,
retiene la palabra encendida,
teclea sus sonidos,
antes de buscar la garganta,
ansía la eternidad.
Queda fija en esa pantalla difusa
la palabra corregida, la elegida,
descartadas tantas otras
sin el borrón delator
que revela el errado camino
en busca de la mejor veta,
nuestras dudas,
el reto siempre frustrado
de la perfección.

La palabra correcta
es esquiva, se esconde,
creemos alcanzarla,
lograr la pieza precisa
que recree el más bello paisaje,
que se ajuste a la amorfa oquedad,
aunque en este vacío
no encajen sus bordes.
Pocas veces se llega a esa cima
y quedamos tristes, insatisfechos,
con un balbuceo torpe,
dando pasos inseguros.
Ataviados con la mejores sedas,
de la vanidad,
pretendemos cubrir
nuestro cuerpo desnudo,
deforme para prendas selectas .

El brillo oculto en tan exquisita mina
se extiende y esparce su luz
en infinitos reflejos,
pero es falsa ilusión
que nos hace creer,
tocar su belleza
y se escapa como humo
entre los dedos.

Pierde este contemporáneo
soporte
la imperfección
de la creación humana,
placenta del mismo parto.
Es la corrección
el injerto en el tronco inicial,
enmendar los fallos,
los arrepentimientos,
sufrir la penitencia
por el castigo de querer
ser eternos como dioses,
dejar escrito, dar fe
de nuestro existir.

El formato desvela,
aun con disimulos,
la dificultad indagadora
del mejor adjetivo,
el nombre adecuado,
el verbo, ¡ay, el verbo!
acción que a la palabra
dio la vida.

Habla del escribiente,
la ortografía y su sintaxis,
la perfecta síntesis,
el ritmo que la mano impuso
a la pluma,
fiel seguidora
y obediente herramienta.
Modularon la palabra
pautadas líneas.
Intentamos descubrir su misterio,
que duró apenas un instante
para ser devuelta la palabra
al fuego siempre encendido.
En él se transforma,
se purifica y se devuelve
a un continuo renacer,
virginal,
tibia carne impertérrita,
abierta entraña para ser poseída.
Arduo duelo
es poder retenerla.

A través (IV)

Al nacer emprendemos la senda
de nuestro destino,
seguimos un mismo mapa,
el de la vida,
con trayectos marcados.
Algunos deciden saltar
las invisibles vallas,
los más atrevidos,
exiliados del mundo,
los que huyen,
a veces de nadie,
en eterna búsqueda.

Descubrir espacios nuevos,
extenderse más allá de la cuna,
abrir paso en la estrechada
vegetación,
romper el himen de la tierra.
Quiere el espíritu volar
hacia una región prometida,
soltarse de la columna del tronco,
cortar las retorcidas redes
que lo anclan,
arrancar las raíces,
desgarrarse,
para alcanzar
ese algo que se presiente,
aunque no exista.

Tomaremos distintos itinerarios
mas la muerte, cual imán
nos atrae,
al hogar del que vinimos.

A través (III)


Un día, alguien se adentró,
pero un hombre,
nunca hará camino.
Pronto sus huellas
las disolvió el viento,
se cubrieron del polvo
que levantaron sus sandalias.
Un camino necesita ser andado.
A su abandono le salen pronto
los tentáculos del olvido.

No confundamos camino
con linde,
éste es separación
que no se profana,
veto que sólo quebranta el vigía
de la cosecha propia.
Tampoco es un camino
el cortafuego que protege
de las llamas enfurecidas,
ni la distancia respetada
entre hileras de árboles
para dejar crecer
sus ramas y raíces.
No hay caminos
en el desierto ni en el océano,
tampoco donde la naturaleza
sembró arrebatadora vida,
el promiscuo deseo
de supervivencia.
Sólo los seres humanos,
cuando hicieron costumbre
y hábito de reposo
en su caminar errante,
construyeron caminos de ida
y siempre vuelta.
Porque hasta el Ulises
más viajero,
regresa, al final,
al lugar del que partió.

A través (II)

Se forjó el sendero
a fuerza de pisar
por el mismo sitio,
poco a poco dejaba
de crecer la hierba,
se endureció el terreno
y fue marcando
la dirección al caminante.

Los caminos aledaños a casa,
hasta los que fueron
poco o nunca visitados,
no producen el desconcierto
y la zozobra
de aquellos que nos son
extranjeros.
Rutas que nos llevan
por territorios benévolos,
desde los que divisamos
un bosque, la maleza,
la selvática vegetación
que oculta infinitos peligros.

A veces, la tierra arde,
las llanuras tiemblan
y surge el caos en su
estructurado plano.
Descompone lo conocido,
desorienta las certezas,
aparecen nuevas montañas
y valles,
ríos sin riberas recorren
comarcas rebeldes.

Evitamos cruzar parajes
que no tengan marcados
los puntos seguros.
El camino nos advierte,
no dirigir la mirada
hacia los espacios recónditos.
Sin embargo, acostumbremos
nuestros pies
a otras superficies,
tierras vírgenes, aún sin mancha
de malicia,
penetremos sus rincones
desprendidos de temores infundados.
Nos ofrecerán la blandura
y bondades de su inocencia.
Sin miedo, vayamos y atravesemos
su horizonte,
del que nos mantuvimos
alejados, cautelosos.
Entremos, descubriremos su gran
belleza.

A través (I)

Atravesar los campos
no por los caminos,
descubrir el paisaje
que se esconde
al forastero.
Andar la tierra
que no se pisó antes,
ver de otra forma
el trazado mundo.
Somos de volver a casa
por los espacios reconocidos.
Recorremos las mismas veredas
forjadas por el continúo
tránsito,
caminos que se hicieron
para unir lugares.

Retornar por la confiada senda,
aquella que guarda las cicatrices
en nuestro íntimo recuerdo,
el regreso tras aventurarnos
a lo desconocido
siguiendo las señales
de sus huellas.

A través


Atravesar los campos
no por los caminos,
descubrir el paisaje
que se esconde
al forastero.
Andar la tierra
que no se pisó antes,
ver de otra forma
el trazado mundo.
Somos de volver a casa
por los espacios reconocidos.
Recorremos las mismas veredas
forjadas por el continúo
tránsito,
caminos que se hicieron
para unir lugares.

Retornar por la confiada senda,
aquella que guarda las cicatrices
en nuestro íntimo recuerdo:
el regreso tras aventurarnos
a lo desconocido
siguiendo las señales
de sus huellas.
Dejó de crecer
la hierba con cada paso,
el terreno se endurecía
y forjaba el sendero,
marcando la dirección
al caminante,
rutas que nos llevan
por territorios amables,
desde los que divisamos
un bosque, la maleza,
la selvática vegetación
que oculta infinitos peligros.
Evitamos cruzar parajes
que no tengan marcados
los puntos seguros.
El camino nos advierte
no dirigir la mirada
hacia los espacios recónditos.
Sin embargo, acostumbremos
nuestros pies
a otras superficies,
tierras vírgenes, aún sin mancha
de malicia;
penetremos sus rincones
desprendidos de temores infundados.
Nos ofrecerán la blandura
y bondades de su inocencia.
Sin miedo, vayamos y atravesemos
su horizonte,
del que nos mantuvimos
alejados, cautelosos.
Entremos, descubriremos su gran
belleza.
Un día, alguien se adentró,
pero un hombre,
nunca hará camino.
Pronto sus huellas
las disolverá el viento,
se cubrirán del polvo
que levantaron sus sandalias.
Un camino necesita ser
andado,
a su abandono le salen pronto
los tentáculos del olvido.
No confundamos camino
con linde,
éste es separación
que no se profana,
veto que sólo quebranta el vigía,
de la cosecha propia.
Tampoco es un camino
el cortafuego que protege
de las llamas enfurecidas,
ni la distancia respetada
entre hileras de árboles,
para dejar crecer
sus ramas y raíces

A veces, la tierra arde,
las llanuras tiemblan
y surge el caos en su
estructurado plano.
Descompone lo conocido,
desorienta las certezas,
aparecen nuevas montañas
y valles,
ríos sin riberas recorren
comarcas salvajes.
Los caminos aledaños a casa,
hasta los que fueron
poco o nunca visitados,
no producen el desconcierto
y la zozobra
de aquellos que nos son
extranjeros.
No hay caminos
en el desierto ni el océano,
tampoco donde la naturaleza
sembró arrebatadora vida,
el promiscuo deseo
de supervivencia.
Sólo los seres humanos,
cuando hicieron costumbre
y hábito de reposo
en su caminar errante,
construyeron caminos de ida
y siempre vuelta.
Porque hasta el Ulises
más viajero
regresa, al final,
al lugar del que partió.
Al nacer emprendemos la senda
de nuestro destino,
seguimos un mismo mapa,
el de la vida,
con marcados trayectos.
Algunos deciden saltar
las invisibles vallas,
los más atrevidos,
exiliados del mundo,
los que huyen,
a veces de nadie,
en eterna búsqueda.
Tomaremos distintos itinerarios
pero la muerte,
como un imán
nos atrae al hogar
del que vinimos.

En un lugar de mi estancia

Hay un lugar de mi estancia
que permanece vacío,
ningún mueble ni objeto
se ajusta a sus medidas.
Lo busco con impaciencia
desde un lejano pasado
que ya ni recuerdo.
Su desamparo me entristece,
he luchado hasta la desesperación
por encontrarlo.
Recorrí diversos lugares
donde pudiera dar
con elemento tan escurridizo.
Después de tantos intentos
pensé dejar a la casualidad
el afortunado hallazgo.
Pero el tiempo pasa
y se agota
y aún sigue vacío.
No sé cuántas estaciones
he permanecido a la espera
y la feliz cosecha se demora.
Entra la luz cada día
en ese rincón de la estancia,
acaricia sus paredes
mas al llegar la noche
se cierne la oscuridad
más densa
y su abandono
se hace más visible.
Sufre mi ánimo
vaivenes de emociones,
me enfado, lucho,
desciendo a los infiernos
y me resigno.
No puedo hacer nada,
puse en ello todo mi empeño.
Quizá esté ciega
y teniendo la solución
frente a mis ojos,
halle ausencia
en lo que está completo.
Ojalá se abra en mi nublado
sentido
el fiel entendimiento
de que así debe ser.
Que ya es
lo que creo,
que todavía
no ha sido.