Atravesar los campos
no por los caminos,
descubrir el paisaje
que se esconde
al forastero.
Andar la tierra
que no se pisó
antes,
ver de otra forma
el trazado mundo.
Somos de volver a
casa
por los espacios
reconocidos.
Recorremos las
mismas veredas
forjadas por el
continúo
tránsito,
caminos que se
hicieron
para unir lugares.
Retornar por la confiada senda,
Retornar por la confiada senda,
aquella que guarda
las cicatrices
en nuestro íntimo
recuerdo:
el regreso tras
aventurarnos
a lo desconocido
siguiendo las
señales
de sus huellas.
Dejó de crecer
la hierba con cada paso,
la hierba con cada paso,
el terreno se
endurecía
y forjaba el
sendero,
marcando la
dirección
al caminante,
rutas que nos llevan
por territorios
amables,
desde los que
divisamos
un bosque, la
maleza,
la selvática
vegetación
que oculta infinitos
peligros.
Evitamos cruzar
parajes
que no tengan
marcados
los puntos seguros.
El camino nos
advierte
no dirigir la mirada
hacia los espacios
recónditos.
Sin embargo,
acostumbremos
nuestros pies
a otras superficies,
tierras vírgenes,
aún sin mancha
de malicia;
penetremos sus
rincones
desprendidos de
temores infundados.
Nos ofrecerán la
blandura
y bondades de su
inocencia.
Sin miedo, vayamos y
atravesemos
su horizonte,
del que nos
mantuvimos
alejados,
cautelosos.
Entremos,
descubriremos su gran
belleza.
Un día, alguien se
adentró,
pero un hombre,
nunca hará camino.
Pronto sus huellas
las disolverá el
viento,
se cubrirán del
polvo
que levantaron sus
sandalias.
Un camino necesita
ser
andado,
a su abandono le
salen pronto
los tentáculos del
olvido.
No confundamos
camino
con linde,
éste es separación
que no se profana,
veto que sólo
quebranta el vigía,
de la cosecha
propia.
Tampoco es un camino
el cortafuego que
protege
de las llamas
enfurecidas,
ni la distancia
respetada
entre hileras de
árboles,
para dejar crecer
sus ramas y raíces
A veces, la tierra arde,
las llanuras
tiemblan
y surge el caos en
su
estructurado plano.
Descompone lo
conocido,
desorienta las
certezas,
aparecen nuevas
montañas
y valles,
ríos sin riberas
recorren
comarcas salvajes.
Los caminos aledaños
a casa,
hasta los que fueron
poco o nunca
visitados,
no producen el
desconcierto
y la zozobra
de aquellos que nos
son
extranjeros.
No hay caminos
en el desierto ni el
océano,
tampoco donde la
naturaleza
sembró arrebatadora
vida,
el promiscuo deseo
de supervivencia.
Sólo los seres
humanos,
cuando hicieron
costumbre
y hábito de reposo
en su caminar
errante,
construyeron caminos
de ida
y siempre vuelta.
Porque hasta el
Ulises
más viajero
regresa, al final,
al lugar del que
partió.
Al nacer emprendemos
la senda
de nuestro destino,
seguimos un mismo
mapa,
el de la vida,
con marcados
trayectos.
Algunos deciden
saltar
las invisibles
vallas,
los más atrevidos,
exiliados del mundo,
los que huyen,
a veces de nadie,
en eterna búsqueda.
Tomaremos distintos
itinerarios
pero la muerte,
como un imán
nos atrae al hogar
del que vinimos.
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