a fuerza de pisar
por el mismo sitio,
poco a poco dejaba
de crecer la hierba,
se endureció el
terreno
y fue marcando
la dirección al
caminante.
Los caminos aledaños
a casa,
hasta los que fueron
poco o nunca
visitados,
no producen el
desconcierto
y la zozobra
de aquellos que nos
son
extranjeros.
Rutas que nos llevan
por territorios
benévolos,
desde los que
divisamos
un bosque, la
maleza,
la selvática
vegetación
que oculta infinitos
peligros.
A veces, la tierra arde,
A veces, la tierra arde,
las llanuras
tiemblan
y surge el caos en
su
estructurado plano.
Descompone lo
conocido,
desorienta las
certezas,
aparecen nuevas
montañas
y valles,
ríos sin riberas
recorren
comarcas rebeldes.
Evitamos cruzar
parajes
que no tengan
marcados
los puntos seguros.
El camino nos
advierte,
no dirigir la mirada
hacia los espacios
recónditos.
Sin embargo,
acostumbremos
nuestros pies
a otras superficies,
tierras vírgenes,
aún sin mancha
de malicia,
penetremos sus
rincones
desprendidos de
temores infundados.
Nos ofrecerán la
blandura
y bondades de su
inocencia.
Sin miedo, vayamos y
atravesemos
su horizonte,
del que nos
mantuvimos
alejados,
cautelosos.
Entremos,
descubriremos su gran
belleza.
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