Lo escrito, escrito está

Recogió la piedra la palabra,
los signos de nuestro andar
prematuro.
La piel, el papiro, la tela,
el frágil papel,
la pared encalada,
la puerta de un servicio
público.

Lo escrito, escrito está.
Vendrá el tiempo
a cubrir las palabras,
emborronar las sentencias,
a partir de ausencias, reconstruir
la historia,
olvidar la poesía creadora
que encierra profundas
y sabias palabras
en busca de la verdad,
resistiendo al olvido
que siempre llega.
También desaparecerán
las palabras huecas,
vanas, soeces, destructoras
como puñales que abren
mortales heridas.
Palabras que advirtieron
su fugacidad y atraparon el instante
para perdurar en la memoria.

Rondó el pensamiento
la palabra germinada,
semilla de luz.
Hoy, la palabra, más que nunca,
navega por el aire,
cruza el espacio,
se archiva en sinuosos laberintos
que guardan la palabra,
la pasean, la exhiben
ante extraños.

Prendido el fulgor de la inspiración,
es difícil discernir
entre un opaco
y ruidoso parloteo.
A veces, es complicado hallar
la palabra justa,
aquella que, emparentada
por siglos con palabras primigenias,
fue plasmada a cincel,
rememorada por trovadores,
cantada en corros de niños,
rumores prendidos que hicieron
leyenda, el mito, religión.

Lo escrito, escrito está.
Es incierta esta promesa,
pues el tiempo infinito
hace frágil cualquier cosa
que del hombre nace.
El aire dispersa el pensar,
retiene la palabra encendida,
teclea sus sonidos,
antes de buscar la garganta,
ansía la eternidad.
Queda fija en esa pantalla difusa
la palabra corregida, la elegida,
descartadas tantas otras
sin el borrón delator
que revela el errado camino
en busca de la mejor veta,
nuestras dudas,
el reto siempre frustrado
de la perfección.

La palabra correcta
es esquiva, se esconde,
creemos alcanzarla,
lograr la pieza precisa
que recree el más bello paisaje,
que se ajuste a la amorfa oquedad,
aunque en este vacío
no encajen sus bordes.
Pocas veces se llega a esa cima
y quedamos tristes, insatisfechos,
con un balbuceo torpe,
dando pasos inseguros.
Ataviados con la mejores sedas,
de la vanidad,
pretendemos cubrir
nuestro cuerpo desnudo,
deforme para prendas selectas .

El brillo oculto en tan exquisita mina
se extiende y esparce su luz
en infinitos reflejos,
pero es falsa ilusión
que nos hace creer,
tocar su belleza
y se escapa como humo
entre los dedos.

Pierde este contemporáneo
soporte
la imperfección
de la creación humana,
placenta del mismo parto.
Es la corrección
el injerto en el tronco inicial,
enmendar los fallos,
los arrepentimientos,
sufrir la penitencia
por el castigo de querer
ser eternos como dioses,
dejar escrito, dar fe
de nuestro existir.

El formato desvela,
aun con disimulos,
la dificultad indagadora
del mejor adjetivo,
el nombre adecuado,
el verbo, ¡ay, el verbo!
acción que a la palabra
dio la vida.

Habla del escribiente,
la ortografía y su sintaxis,
la perfecta síntesis,
el ritmo que la mano impuso
a la pluma,
fiel seguidora
y obediente herramienta.
Modularon la palabra
pautadas líneas.
Intentamos descubrir su misterio,
que duró apenas un instante
para ser devuelta la palabra
al fuego siempre encendido.
En él se transforma,
se purifica y se devuelve
a un continuo renacer,
virginal,
tibia carne impertérrita,
abierta entraña para ser poseída.
Arduo duelo
es poder retenerla.

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