Aquella niña pisaba las hojas

 Aquella niña pisaba las hojas
secas de eucaliptos,
adoraba sentir el crujido bajo sus pies,
paseaba entre los troncos
entre sueños y cálido tarareo
de alguna canción.
Como un juego buscaba
las madrigueras de las hormigas,
eran pequeños montoncitos de tierra
formando caracolillos que ella, inocente,
alisaba con el dedo
creyendo cerrarles el paso.
Aquella niña se escondía en el bosque,
conocía ya el dolor y buscaba la soledad
en su cobijo.
Aquella niña se perdió en aquel bosque
desapareció como sus raíces, sus troncos
y ramas,
sus aves, hormigas y toda su invisible fauna  
cuando vinieron las máquinas
y lo talaron todo.
De aquella niña de ojos negros enormes
y triste abandono
queda un fantasma rodando
aquellos espacios,
es una vieja bruja que aúlla
aún sus miedos
y cuando huye en su escoba
regresa la niña con su sonrisa amplia,
hada de transparente velo.
Va silenciosa entretenida en su pensar,
acunada por el arrullo del crujir de hojas
del suelo
y el mecer de las hojas verdes
que aún penden en sus altas copas.
Un benévolo viento
llena de aroma los espacios
a mentol y a madera,
a entrañas de una tierra fértil.
Tan torpes y delicadas
son las piernas que la sostienen.
Al amparo de su abrazo
caminan y caminan sin miedo.

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