En mi templo

 A este templo levantado por frágiles piedras
el tiempo enfermó sus muros,
a duras pena sostiene su sagrada estancia.
Llena su áurea mística un silencio preso
y en su penumbra una promesa aún habita,
el haz de luz que desde  la cúpula atraviesa las vidrieras.
Guarda el altar la custodia que fue carne y sangre
en ardiente copa, fe de una creencia y liturgia del cuerpo.
Tomó el cáliz el pecador, vació su fuente de vida,
gozó el fruto prohibido en breves horas,
muerto ahora está en su cruz,
y se desangra en callado dolor.
Este sacrificado implora al cielo un remedio milagroso,
la resurrección de eternidad, y que su halo penetre
en este cerrado sagrario.

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