En unos minutos serán las diez de la noche

 

En unos minutos serán las diez de la noche, el aire ha estado pesado todo el día. Una calima empañaba el paisaje y el cielo es el reflejo turbio de un espejo de azogue viejo. Aún no ha salido la menguante luna, decepcionante rostro de aquella hermosa y seductora luna llena con embriagadoras curvas que hacían girar todas las miradas con admiración y deseo.

El estío esparce al anochecer su brisa marina, bajan las brasas de su fuego. No hay claridad de estrellas sino un azul oscuro y espeso. Son los árboles sombras, nudo de ramas, silencio de pájaros dormidos. En la tórrida tarde, los enjambres de chicharra se entregaban a su frenético parloteo, convertían la solitaria calle en un bullicioso ajetreo de muchedumbre invisible, mientras, en la playa, se apiñada la gente bajo las coloridas sombrillas, dejando en el pesado aire su murmullo incomprensible, ahogando el rumor de las olas.

Qué fugaces son el verano y sus urgencias, qué pronto se acaba ese infierno disfrazado de paraíso. Y sueña el tranquilo paseante los acogedores vacíos del otoño, el dulce sosiego tras esa tormenta de sueños de inmortalidad.

Viene la oscuridad cada día unos minutos antes. Sin darnos cuenta, la luz que nos rodeaba en horario tan tardío, nos irá restando el reloj reclamando su tiempo y, sorprendidos, veremos una tarde aún temprano y ya sea tan oscuro.

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