Mueren mis palabras.
O simplemente duermen.
Espero esos días
donde los pájaros
dejan esparcidos en el aire
sus trinos, traducir
el lenguaje ignoto
de sus vuelos.
Hace horas, muchas horas
que mi voz se calla
o suelta murmullos,
brotes de sonidos inconexos.
Anda extraviada la palabra,
la voz en la boca no articula,
se abre y cierra como el pico
de un pajarillo agónico.
Hace días, muchos días
que olvido en un cajón
los diccionarios
y el baile descrito con pasos
ligeros, casi rítmicos,
de dulces soledades
que son estruendo de silencio.
Hace un tiempo, tal vez
algunos meses,
o quién sabe sino un aglutinamiento
de eternidades,
se han abalanzado al abismo
y dejan un pie en volandas.
El otro no sé,
el otro pie es frágil,
está herido,
es enfermo y pálido crío
entre sábanas de mortaja.
Mueren mis palabras
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