Entra la memoria en este brumoso cielo
saturado de ardiente sol.
Van los ojos sin curiosidad,
el cuerpo se agita,
se tambalea la carga
de los acostumbrados espacios.
Teme la puerta abierta,
las ventanas cerradas,
la balanza sin equilibrio
por el peso de sus contornos.
Entra el alma asustada,
irritada la piel se cubre
de sarpullidos y costra,
de un hastío irremediable.
Clama el deseo de huida,
saldados todos los débitos,
abandonar el lugar oscuro
de un mundo foráneo.
No hay espinas en esta rosa
que lleva el aroma dulce
y la tez de terciopelo,
espera solo el reposo,
escapar al manoseo de manos
de narices metidas
entre sus pistilos y estambres.
Si te olvidan, qué importa,
no buscas aduladores.
Cada flor a su jardín
y esta rosa no necesita jardinero.
Le basta el aire que respira,
la lluvia de la nube generosa,
el beso del viento amable,
recibir la claridad y la sombra
de un protegido prado.
Con la paciencia del que nada espera,
dejar desprender sus pétalos
y en el útero de la tierra volver
a ser preñados en otro sueño.
Entra la memoria en este brumoso cielo
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