Arde el fuego,
lanzas candentes brillan en la noche.
Hermosa luz anaranjada
como un ramillete de farolas encendidas.
Cae una lluvia suave,
son estrellitas sus gotas
en el firmamento de los charcos.
Hay poca gente que se acerca.
Con paraguas abiertos,
quedan petrificadas estatuas
al hechizo de sus llamas altas.
Una azada invisible les corta las puntas,
quedan sueltas siluetas durante unos segundos
como si fueran a perderse hacia el cielo.
De nuevo se abrazan apasionadas,
parecen amantes de una orgía mística.
Danzan como sinuosas serpientes,
suben finos y alargados,
bajan cortos y gruesos,
vencidos a tierra.
Mi rostro arde de luz y calor,
se suaviza la humedad del ambiente
y estos hombres se abrasan
en la hoguera de sus trajes.
Atentos dirigen el fuego,
arrojan más madera,
lo doman,
procuran no se desboque
este caballo salvaje.
No lleva bridas,
responde a golpe de leña lanzada.
No hay viento esta noche,
es una noche dulce con dulce lluvia,
calmada noche se san Antón.
Entre las maderas caídas,
se ha hecho un vacío de aire
y se ha formado un remolino de llamaradas.
No me despido de ti,
dios fuego,
te dejo encendido,
no hay lluvia que te apague.
Atravesarán los días de un año
nueva primavera, un verano y otoño,
volverá vestido de invierno
otro invierno y traerá esta noche
con traje viejo.
Mi corazón marcha
con el vértigo de un mañana.
Hogueras de San Antón
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