Hay un hombre gris sentado en un banco.
Sobre su pierna izquierda se apoya un niño.
Al ritmo del trote del caballo la mueve.
El niño ríe.
Hay un hombre sentado en un banco
con semblante serio, frente amplia,
entradas profundas que hacen meandros
en su cráneo y pequeñas lagunas púrpuras
en sus sienes.
Hay un hombre gris, con traje gris,
sobre fondo gris y blanco mate,
miscelánea marea de un pretérito en desuso.
El niño ya no ríe, abre sus grandes ojos
a un profundo infinito que intenta coger
con una mano inexistente.
Hay un hombre gris, en un paisaje gris,
ya lejano y extranjero, forastero, ajeno,
sentado en un banco, como el que descansa
sobre una piedra.
De piedra gris es el banco.
Protagonistas de un instante breve,
figuras serias, sin rastro de tristeza,
solo sereno semblante,
mueca de un tiempo, fugaz suspiro del tren,
que agita el mundo con su paso rápido.
Pronto recobrará la calma.
Ese hombre, ese niño,
es la memoria gris
y yo espectador de mi propia muerte.
Hombre gris
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