El mundo ceñido de las palabras


Las palabras nos ciñen,
aprietan con su cinturón de sintaxis
nuestra garganta, sin apenas
dejarnos respirar.
Cada categoría debe ocupar su sitio,
casi siempre inalterado
más allá de alguna licencia
otorgada por el tribunal pertinente.
Son las letras mariposas
que danzan sobre estas particulares flores,
van y vienen libando su esencia,
bajo el látigo de su propia ley.
Su instinto sólo ante ciertos colores
se detiene,
y ante algunos olores se recrea.
Siempre presente el inefable temor
a la locura,
ante el desquicio de un aleatorio
poder demente
que se permita jugar como atolondrados
e insensatos niños.

Desean las palabras alcanzar el cielo,
no caminar un horizonte lineal,
sino volar sin fondo,
con alas de hadas libres,
bailar de puntillas sobre las nubes,
describir sinuosas curvas
en el paisaje, igual que hoja
ser llevada por el viento,
pluma dirigida por la brisa del mar
con murmullo de olas,
palpitar de tierra profunda,
lava que arda en nuestras venas,
trueno tras el resplandor de un sentir.
Ser voz de la materia inerte y viva,
querer nombrar entre este vocerío
aquello que al alma duele
y a la carne escuece.

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