Te recuerdo, Carmen

 Te recuerdo, Carmen,
herida de desengaño,
en el atardecer de un primerizo estío.
El olor a café, a verdor y a tierra,
a suelo de cemento fresco.
En aquella pequeña habitación
levantada en un terreno
para pasar los domingos
entre el rumor del campo.
Ayudabas a la familia
a limpiarla para el estreno
en aquella temprana tarde
de una luz transparente.

Carmen, herida de desengaño,
cantabas mientras mojabas
en una palangana el trapo
con agua y jabón,
lo retorcías entre tus manos
y lo pasabas por los cristales
de una ventana abierta.
Y cantabas, y tu voz sonaba
en aquel vacío con eco.
Cantabas como una adolescente
enamorada, con la melancolía
del corazón herido.
Era dulce tu tarareo,
Carmen, herida de desengaño.
Cantabas
“llueve, tras los cristales llueve”
y entró de golpe el aire cálido
de la ternura en el frescor de la estancia,
dejando mi mirada dolida por tu herida.

Aunque han pasado por encima
los días de tantos años,
quedó en mí huella profunda.
Llegó el invierno y su frío,
hizo leña de los troncos secos
y fue destruyendo aquel horizonte.
Vinieron lluvias y vientos,
empañaron sus cristales.

Ay, Carmen, herida por el amor,
por la vida, por la muerte,
esa que ya se agazapa
bajo el sillón de tu soledad.

En tu herida,
¡cuánto se habrá hecho olvido!

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