Veloces bólidos son los años

Veloces bólidos son los años,
monótonas pasan las líneas
de la carretera.
Transcurren las señales
con la misma apariencia,
un día es igual a otro.
No es que nieguen los ojos
los cambios,
ni que se acumulen en los altillos
de los roperos
las prendas que fueron quedándoles
pequeñas,
los juguetes viejos,
las marcas sobre las paredes
de una infancia
que se alejará silenciosa
ante la sorpresa de la adolescencia.

* * *

Sin embargo,
vamos tan entretenidos
detrás de las cosas,
pegadas las narices al cristal,
embobados por las maravillas
de tan bello escaparate.
Creyó la ingenua consciencia
del tiempo que sus meses
encogieron sus vestidos
y no que fueran sus miembros
que crecían desgarrando el capullo,
abandonando las vestimentas
de un sueño inocente.
Acostumbrados más a lo novedoso,
ignorábamos el valor
de la grandeza que perdíamos.

Transformó el apretado nudo
en hilos que se fueron deshaciendo,
soltándose y llevados por el aire
a otros territorios.
La espesura de sus ramas
fue perdiendo hojas,
comenzaron a volar libres
otros cielos.
Quedó, agarrada, una
que aún hacía compañía
al árbol.
Alegraba la mirada
su dulce danza con la brisa,
le daba sentido a las horas.
Y, en un suspiro,
también alzó el vuelo.
Ha quedado el jardín
sin el color que daba al cuadro
en esta, ahora, triste floresta.
Ocupados íbamos al ritmo
del trajín diario,
vivíamos sin pensar
que son efímeros los momentos.

No acaba la primavera
con este otoño,
vendrá de nuevo un sol más cálido,
la arboleda florecerá,
germinará la semilla
en otras cosechas,
pero, será ya todo tan distinto.
Volverá el primor de las flores
a llenar con alegría
nuestro corazón.

Traerá la rutina otra vez
la misma mentira,
no ver lo que el viento arrastra
hasta dejar los campos desolados.
Porque vivir reconociendo
su declive se hace insoportable,
querer atrapar los segundos
es estar sujetos a la locura.
Es un caminar sin reposo
pero sin olvido
del tesoro que un día
tuvimos a nuestro cuidado.

* * *

Se llevaron las huellas
de las pisadas de sus pequeños pies,
abandonaron baberos
para comer sin triturar la vida.
Menguó este hogar,
aunque no su fuego,
y se visten ahora
aquellos amados retoños del tallo,
con las prendas del mundo.

* * *

Qué vacías han quedado las estancias.
En el silencio gritan
sus ausencias.
Aprender a construir
esta soledad
sin sus reclamos,
Esperar sus llamadas,
los reencuentros
y los continuos adioses.
No se pudo atrapar
la vida,
su fluir constante
no tiene freno.
No basta con entender
la corriente,
su cauce sólo nos dejó
sus sedimentos.
Fuimos afortunados
con beber de su agua,
arrancarle pequeños sorbos.
Duele en lo más profundo
del ser
su fugaz frescura,
imposible retenerla entre las manos.
No calmará la sed
de lo que perdimos.

* * * 

Nos paraliza el despertar
en esta soledad envuelta
en paisajes más fríos.
El alma admite su derrota,
sucumbió al despiste,
le queda el dolor de la nostalgia.
Tal vez no sea error de nuestra
materia, un acierto tampoco.
Es la crudeza de la realidad
la propiedad mortal que tienen
los hechos.

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