El hombre que halló la verdad
la callará en su muerte
del mismo modo que las huellas
sobre la arena son borradas
por el viento.
El nuevo peregrino
tendrá que hacer la senda
sin ninguna guía.
La brisa le traerá aromas
sin nombre
que sólo una atento olfato
reconocerá su esencia.
El buen catador
sabrá distinguir su ambrosía.
El rumor del mar
le hablará sin palabras
y la razón en el silencio
será capaz, quizá,
de vencer la bravura de las olas.
Escuchar el clamor
de una voz profunda
que se pierde en un eco.
El agua humedece las manos,
mas no puede ser cuenco
que llene el vacío pozo
de nuestro corazón.
Alerta, en calma, sin temores,
veremos el resplandor
de un fuego,
la luz de un sol imposible de mirar.
Sólo ojos cristalinos,
puros como un manantial,
alcanzarán su reflejo.
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