Sobre la mesa en frasco de cristal
dormita una varilla de ratán seca.
Aún desprendía el suave recuerdo
de su perfume.
Quizá fuera canela o jazmín.
Con el paso del tiempo
no se distinguía
en su aroma rancio
el remoto delicado olor.
Sobre la mesa, una capa de polvo
alfombraba la madera
vistiendo con su opaco tejido
un par de objetos,
un marco sin foto y
un viejo peine de carey
con algunas púas rotas.
La mesa era el único mueble
en la habitación
y aquellos sus únicos objetos.
Aquel bodegón inerte
era el alma perdida
de su dueño anónimo.
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