Qué bello ha entrado el día.
Sacó del armario el vestido arrugado,
guardado por meses,
y al calor de un radiante sol
ha quedado planchado y liso,
tan vaporosas sus formas.
Qué gracia da al cuerpo
de las horas, qué luz transita
por la urdimbre de su tejido.
Lo traspasa una claridad admirable,
centelleantes reflejos de cristal,
espolvoreada purpurina plateada.
Son sus minutos pasos primorosos,
van de puntilla sus pies,
calzados con zapatillas de bailarina.
Todo reluce bajo los rayos,
el aire tiene la suave ondulación
y la blancura de una sábana tendida.
Brotan en el ambiente
susurros de voces,
gorjeo de aves,
ecos de risas de ángeles.
Hay un crujir de seda y tul
por los espacios
y un océano infinito surcado
por veleros.
Un brillo intenso atraviesa el iris
de los ojos
dejándolos ciegos su extrema pureza.
Qué bello ha entrado el día
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