Fueron solo unos instantes,
las nubes habían sembrado
sobre las tejas
la tonalidad plomiza de lluvia.
Los fornidos brazos del sol
deslizaron el cerrojo y abrieron
los cristales de su ventana,
asomó ligeramente su cabeza
proyectando unos rayos firmes
y certeros
sobre el tejado.
Cambió su rostro cetrino
por un intenso rojo fuego.
Fueron solo unos instantes
pero, ¡tan gloriosos!
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