Hay un mar para cada mirada

 Hay un mar para cada mirada.
Como olas nacen de su vientre,
tan inmenso y profundo desde su orilla
y con ocultos secretos en sus entrañas.
Nunca te engañará,
si sabes leer su lenguaje.
Hay que conocerlo bien,
dicen aquellos que con él tratan.
Los niños hacen charcos en la orilla
con el deseo de abarcarlo entre
sus pequeñas manos.
Somos mar de altas mareas y fuerte oleaje,
un lecho en calma y fresca brisa,
fuego abrasador su dorada arena  
y beso dulce de un sol de invierno.
Sobre su manto oscuro de noche
brillan los plateados rayos de luna 
y los de un faro protector,
guía para su territorio sin senda.

En su abismo habitan todos nuestros miedos.
Su calmada superficie,
de suaves ondas de aguas turquesas,
el arrullo de su espuma acariciando la orilla,
la gaviota que pende sobre las olas
nos hace olvidar su fondo oscuro,
la incertidumbre de su deriva,
su voracidad y su furia,
y, acogidos en su útero,
nos dejamos flotar 
mecidos como en el vientre materno
y somos náufragos que alcanzaron la isla
a salvo de los peligros.
A veces, su ronco respirar 
nos pone en alerta y nos encoge el corazón,
a veces, es una dulce nana que adormece,
susurros de sirenas llamándonos a su abrazo.

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