¡Qué lástima!
Me despido de este jardín
con tus flores secas.
No volverán mis ojos
a verte reverdecer
con las primeras lluvias.
Aún recuerdo los fugaces
copos de unas nieves
tan pronto derretidas
al rozar tu tierra
y la blancura de tu escarcha
en las frías mañanas de invierno.
¡Qué lástima!
No volver a ver tu cruz
y tu campanario
desde estas ventanas,
ni correr para ver vibrar la úvula
de tu campana.
Tuve el regalo de tu horizonte
prestado por un tiempo
y, aunque lo devuelvo en forma,
lo llevo en mi corazón,
en transformada materia,
diluida en el espejo de mis ojos,
al fondo de mi alma va plasmada.
¡Qué lástima!
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