Acostumbrada a levantarme

Acostumbrada a levantarme
y encontrar que las cosas
seguían en su sitio,
que las palabras eran las cotidianas
y las bocas, fuente que esparcía
su gorjeo apacible.

Acostumbrada a entrar
en el refugio de mi lecho
cada noche y regresar al mismo
mundo al amanecer.

Acostumbrada a los trozos
que me fueron prestando otras manos,
pegados ladrillos al andamio
de mi alma.

Despierto un día sin rumbo,
desnuda de aquel disfraz,
en un lugar extraño,
donde todo aparenta desorden
y confusión
y, sin embargo, está en equilibrio.

Las voces me suenan
como chirridos de ruedas derrapando,
hostil sonido de la tiza
arañando la pizarra,
crujir del cristal cortado por el fino metal,
goteo incesante de un grifo
mal cerrado.

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