Mas, insiste la aldaba
sobre la madera
humillada a sus golpes.
El miedo a oír sus pasos
hace temblar tus muros.
Sin abrirle, entra.
Sin llamarla, acude.
A estas lindes nos trajo
el cruel destino.
Es a veces
confortable compañera
esa melancolía.
Contertulia de las vespertinas horas,
y confidente de las noches.
Al lecho se nos acuesta desnuda,
sentimos al principio
su cuerpo gélido
y al abrazo en calidez se convierte.
Nos dejamos besar por sus labios,
romper el nudo de nuestras entrañas,
abrir las carnes y verter
sus salados manantiales,
dejando el salitre sobre la almohada.
Como después del sexo,
llega la calma del desahogo,
la dulce caricia de su sombra
al corazón le conmueve.
Mas, insiste la aldaba
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