Entre las ramas secas 
de un ciruelo muerto 
se enredan, cariñosas, 
hojas de dama de noche, 
una parra estéril 
y un acebuche fecundo. 
No sé si es abrazo 
en su despedida 
o avaricia de invadir 
su territorio baldío. 
¡Qué mérito tiene 
ese cobarde triunfo 
con enemigo tan frágil! 
Son buitres en un combate 
de un herido mortal. 
Comen hoy de sus vísceras,
de lo que fue ayer árbol púber. 
Sembrado, vino de lejos 
para ser su esqueleto memoria 
de otro cuerpo vencido.
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