Sin aviso,
de la roca brotó la fuente.
Algo se removió en su cueva,
justo en el centro,
donde palpita el hogar.
Una opresión anunciada,
quería romper por dentro.
Con ímpetu buscó la salida
de la tierra profunda.
Se precipitaba el doloroso parto,
trató de sofocar la urgencia
distrayendo el rumiar de voces
que vertían sangre de la memoria.
Aumentó el ritmo de los jadeos.
El recuerdo de nanas tristes,
los susurros de hojas,
el rumor de sombras
de las altas ramas de los árboles,
todo alentaba
el imperioso alumbramiento.
Sabe la roca cuando siente su presencia,
cuando penetran en sus entrañas
los líquidos cuchillos,
y se ahoga en el desborde de la angustia.
Empujaba y contraía.
Al fin, se abrió su seno,
afloraba el llanto del ojo
que no presintió el augurio.
La gruesa gota rodó
por la pendiente
de la suave colina de su rostro.
Después, a caños,
arrasó la ladera.
Y de golpe,
sale el gestado.
Preñada de ansias,
se desgarra y fluye con brío
el caudal acumulado del desaliento.
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