He abierto la ventana.
La noche había caído
sobre los tejados,
la calle tranquila
sin tránsito, callada,
alumbrada por farolas
de luz cálida.
Un aire amable
y un cielo cercano al estío
vestía de nuevo
su traje negro con su blanco lunar.
¡Tan pronto pasa el tiempo!
No cogió ni olor a rancio
este traje guardado
en el ropero.
Parece que fue ayer
cuando, altanera y hermosa,
llena de lozanía,
voluptuosa candidez
en su figura oronda,
su cara clara y seductora
se paseaba por la noche
con su peineta y mantilla
de encaje.
Repartió sueños
de besos de enamorados,
espíritus rendidos a sus hechizos.
Tan breve es la espera
para la próxima cita,
que ni percha requiere
su vestido de fiesta.
Su cremallera circular
lenta se baja,
primero un hombro
después otro, le cae a los pies
y, con mano lánguida,
lo deja reposado
obre una silla.
Fresco y sin arrugas
es su tejido,
mientras mis prendas
se ajan en armarios
con polillas.
He abierto la ventana
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