Imaginemos,
si dentro de un cerrado círculo
miles y miles de criaturas viven,
distintos unos de otros,
todos partes de un escenario.
Imaginemos
que unos particulares seres,
a partir de sus sentidos,
ayudados por especiales herramientas,
agudizan sus capacidades
y son capaces de advertir
elementos antes invisibles.
Imaginemos
que para estar en este mundo,
en esa especial burbuja,
necesitan poner nombres
a todo lo que les rodea.
Imaginemos
que gracias a esa clasificación,
comienzan un lenguaje,
haciendo estructuras sintácticas,
agrupando esos fonemas
para expresar no solo palabras,
sino también conceptos.
Imaginemos
que con ese don mental
levantan grandes pensamientos,
reflexionan y extraen de su realidad,
la figura sobre un seguro fondo.
Imaginemos
que, analizados los resultados,
encuentran una explicación convincente
a las dudas planteadas.
Imaginemos
que esas palabras,
pensamientos, ideas, transitan
por el tiempo,
llevadas por una memoria,
no solo como eco repetido,
sino sellado,
para que permanezca eternamente
y, crecido el conocimiento,
prosperan hacia una perfección.
Imaginemos
que sujetos a un cerebro,
a un cuerpo con sus características
particulares y biológicas,
con matizadas diferencias individuales
en deseos, preferencias y sentir,
confrontan sus teorías,
traten de dar con el argumento
idóneo
que dé sentencia a su existencia.
Imaginemos
que opiniones distintas
quieren tomar caminos diferentes
partiendo de sus hipótesis
y llegan a conclusiones diversas.
Imaginemos
que estos seres observan
que existe más allá
de este círculo, un cosmos
y además la sospecha de un infinito,
pues, superados horizontes,
muestran otros más lejanos.
Imaginemos
que sobre ese escenario confuso
se mueven con soltura
para representar la obra,
sabiendo que hay una oscuridad
sobre la platea.
Pero, imaginemos
que cada cual imagina
con su memoria el deposito
de una historia, las supersticiones
de sus culturas.
Imaginemos
qué posibles relatos
construyen con tan limitados elementos
y levantan un edificio
con tan frágil materia.
Imaginemos
que ni siquiera pueden confiar
que los propios ladrillos
que lo componen
sean realidades firmes
y no desbordada imaginación.
Imaginemos
que sus dedos,
queriendo alcanzar la meta,
lleguen a la longitud de sus brazos.
Imaginemos
que, creyendo ver, no vean,
creyendo oír, confundan los sonidos,
creyendo crear, sea tan solo humo,
formada nube que se descompone
al momento siguiente.
Imaginemos
que, debido a una asumida impotencia,
ponen su fe en un creador absoluto
y hacen de sus credos religiones.
Imaginemos
que, llegados a este punto,
se ponen en disputa
quién tiene más razón que el otro,
sin alcanzar acuerdos.
Imaginemos
que las defensas de sus suposiciones
tienen que luchar
con un limitado lenguaje.
Imaginemos
que el reto está tan oculto
que se conforman
con un saber insuficiente
y, llenos de orgullo,
confirman hechos
como incuestionables.
Imaginemos
que, con gran autoridad prepotente,
concluyen desde difusas certezas.
Imaginemos
que sufren el dolor
de la incertidumbre
y, mirando el reflejo
de un supuesto río,
unos se creen Narcisos,
se admiran de su belleza.
Quizá otros ven
el lodo de un fondo.
Tal vez muchos se entretienen
jugando con el agua.
Por último están los esperanzados
que miran el cielo
a la espera de las lluvias.
Mas sus gotas al caer
destruyen la imagen que ven
y locos, cegados por un sol de mentira,
se agarren
a un sueño ardiendo
antes que estar entre brumas.
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