Dios amó la fealdad,
deseó ser imperfecto.
Le saciaban las completas formas,
cansado del justo equilibrio.
Le asqueaba un mundo de líneas áureas,
la vara de medir del canon
y el modelo que representa
proporción y armonía,
la mujer y el hombre de Vitruvio,
las formas ponderadas,
la simetría y orden ,
el cuadrado y el círculo,
la luminosidad sin sombras.
¡Qué poca imaginación había en su creación
si solo lo perfecto lo habita¡
Y se dijo, mi mismidad quiere
divertirse, acompañarse
de líneas difusas, torcidas,
figuras deformes sin nombres
que no se ajusten a la excelencia.
Agobiado por un devenir sin asombro,
volcó el caos en el mundo.
El hastío de su reposo,
el pertinaz ánimo aburrido
cambió al instante.
Aquello que se deformaba,
que rompía la línea continua
de lo esperable, le satisfacía.
La existencia huía por fin
de una absurda excelencia,
el placer intenso estaba
en el desencanto, el infinito
de lo posible imaginado,
en el contraste, los borrones y dudas.
Su gracia divina
la rebosó en lo imperfecto.
Dios amó la fealdad,
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