Cuando llegue el último día,
su limítrofe segundo,
el ínfimo espacio de tiempo
que te sitúe aún en la vida
frente al inicio del olvido,
fino hilo de tela de araña.
Cuando estés en ese instante
de oscura incertidumbre,
dolor, desengaño,
sin más luz hacia la senda oscura
que la frágil llama
de la ya herida consciencia.
Cuando próximo al postrero aliento
y en el mapa de tu mente
estén ya borrados todos
los itinerarios posibles,
te marcharás con los ojos ciegos,
siguiendo el resplandor blanco.
Senda que dirige al útero de la nada,
sin más mochila que el cuerpo inerte y frío,
la digna firmeza que da la muerte.
De sorpresa,
la vida te deja en un punto del camino,
sin el plano de otra tierra,
rodeados de oscuridad,
en una noche sin luna.
En el día donde el sol se oculte
tras los párpados,
no llevarás a mano lámpara
o linterna.
Desorientado el sentido,
perdido tu olfato,
ciega la mirada,
tus manos no distinguirán
el tronco del pino,
no olerás a mar
ni sentirás si la playa
está cerca.
Cuando llegue el último día
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