Ruego

¡Dios mío! ¡Universo!¡Eso que eres y no conozco!
No impongas dolor en su sendero,
libérala de yerbajos y piedras,
sacúdele el polvo con dulzura,
que no le hagan daño tus manos.
Ábrele las puertas del cielo
y muéstrale sus colores maravillosos.
Que tu brisa más suave acaricie su semblante
y si vienen algunos vientos irritados
que la tumben o empujada la tambaleen,
ponle rápido un remanso en su camino,
un oasis de paz, una lluvia fresca y ligera,
una pradera donde tumbarse
bajo un sol cálido.

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