Usemos poco la palabra,
la palabra imprescindible,
la palabra resuelta.
Usemos más el silencio,
la mirada, el gesto,
la palabra susurrada.
Démonos una ducha
y arrastremos todas las palabras
que han ensuciado
nuestro pensar.
Saturados nuestros oídos,
se han llenado
de discursos huecos.
Usemos el eco que penetra
hasta la médula de nuestro ser,
el suspiro, el arrullo,
la exhalación del verso.
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