El mercadillo

Hay en la plaza hileras de tenderetes
llenos de cosas antiguas,
cacharros de lata, hierro y cobre,
jarras, lecheras, tazas, cubiertos.
Abrecartas y cuchillos, miniaturas
de metal y plástico,
enciclopedias de escuelas
de pupitres con tinteros y tinta china.
Herramientas de hierro forjado,
objetos de latón ocre,
jarrones de cerámica,
cestos de esparto,
lebrillos de barro pulido,
navajas de caza,
hachas de labranza pequeñas,
pistolas de época,
mecheros zippo, canicas,
cajas de madera de costura,
latas oxidadas de membrillo y cacao,
maletas viejas de pobres,
carteras de piel oscurecida
por el uso,
pitilleras, tabaco de liar,
reliquias de un estanco.
Baratijas, juguetes,
tebeos, discos, libros y misales
manoseados con cubierta de tela.
Muebles de campo,
muebles de casas ricas,
muebles corrientes contemporáneos.
Muñecas y muñecos con ropas regionales,
recuerdos para turistas
y cochecitos de aluminio,
modelos de tiempos pretéritos.
Vírgenes y cristos,
niños Jesús de escayola
con sus mejillas sonrosadas,
crucifijos de madera,
católicos y bizantinos,
cuadros religiosos
de colores apagados por los años.

¡Cuántas maravillas viejas!
¡Cuánta gente mirando!
¡Y una boda! ¡Y los novios que salen
y les canta un coro rociero!
La pareja recién casada
baila ante el auditorio de familiares,
conocidos y extraños.
Unos admiran la escena,
otros ignoran el gozo ajeno.
La iglesia tiene sus portones
abiertos de par en par,
hay serpentinas de papelillos dorados
y plateados y mariposas blancas
que revolotean por el aire ardiente
de un sol vestido con su mejor gala
en el esplendor de su cenit.
Salieron disparados del cañón de cartón
pintando el aire con destellos
como fuegos artificiales.
Volaban por la plaza llevados por la brisa
y se dejaban caer por tejados y rincones,
sobre la piedra alta
y los adoquines del suelo.
Niñas vestidas con lazos llevan
en las manos pequeños cestos de mimbre
con bolsitas de tul blanco llenas de arroz
para tirar a los novios.
Trajes largos de vivos colores,
hombres con traje chaqueta y corbata,
todos de estreno.
Peinados de peluquería,
zapatos oscuros y brillantes, los hombres,
y las mujeres, a juego con el vestido,
de tacón muy alto.
Un coche negro de principio de siglo
los espera, con todo lujo engalanado.
¡Viva los novios, que vivan felices!
¡Que se besen, que se besen!
Compartida alegría y bullicio,
se contagia la ilusión del momento.

¡Qué nos gustan los mercadillos
y la festividad compartida!
Que fluya el jolgorio y después ,
cada uno a lo suyo,
algunos, a continuar la fiesta,
otros, de vuelta a sus silencios.
En la plaza están las mesas de los bares
a la espera de clientes para tomar el aperitivo,
de todas las edades, mujeres y hombres,
niños grandes y recién nacidos,
todos recrean la vista con la explosión
de vida, entregados al paisaje,
olvidando tristes territorios.

Pregonan algunos vendedores,
¡vengan, que ya recojo!
Zalameros, unos regatean,
otros, menos diestros en el asunto
o un poco hartos
de que mucho mirar y poca venta,
tienen el gesto seco.
Quizá, ya los ven venir,
los típicos que tocan y preguntan
pero nada compran
a la espera de encontrar la ganga.
Difícil lo tendrán, aunque nunca se sabe.
Mil ojos hay que tener
con los de ligera mano,
poca es la vigilancia
con tantos cachivaches.
No hay que confiarse,
la honradez no tiene rostro.

Poca esperanza tienen
los que pretenden satisfacer sus caprichos,
estos mercadillos se han vuelto
muy selectos,
más que para pobres,
son artículos de lujo
o para locos coleccionistas,
y alguna tontería que calle
al niño protestón.
Los precios son elevados,
porque lo obsoleto y añoso,
viejo y antiguo,
se ha convertido en deseable.
A veces, el fraude acecha,
el comprador quedará satisfecho
si en el trueque salió ganando.
Mal asunto es este encuentro popular
si no sacan ambos provecho,
mucho trabajo para servir
solo de distracción,
aunque el espectáculo no tiene precio.
El mundo hoy da valor
a lo que antes se despreciaba,
tiraban sin miramientos a la basura,
por roto o viejo.
Sin remordimientos ni escrúpulos,
pronto era reemplazado ,
atraídos por el lustre y sofisticada modernidad.
Ahora es muy demandado lo vintage.
La nostalgia no es nada barata,
el recuerdo tiene paladar exquisito.

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