De nuevo me llamas, pozo,
por mi nombre:
––¡nube, nube, nube,
ven a mi oscuro fondo!
Deja caer alguna gota
sobre el cristal opaco
de mi superficie.
Dame la alegría
de tus dulces lágrimas.
Ay, pozo, se han vuelto saladas
y pesa un mar sobre mis párpados.
¿No ves que me ahogo
en este vacío?
¿Cómo puedo llenarte
si por el caño de mi boca solo sale
humo de un extinguido fuego?
––¿En este abandono me dejas,
al olvido de canciones
de corros de niños,
con el recuerdo horrible
de los lamentos en la agonía
de los ahogados?
Agua, ¿qué culpa tengo yo
de ser tan grande mi
oscuridad?
Me tragó la tierra
y busco la compañía de alguien.
Pozo, no me llames agua
que soy desierto.
Y si me entrego a tu fondo
no encontraremos manantial
que nos salve.
––Agua, ya pocos me conocen.
Olvidaron los campos
y las casas mi presencia,
el mundo me ignora,
me teme, me odia
por no brotar a sus deseos.
Todos poco a poco me abandonan,
¿qué ojo infantil se asoma
ya a mi anillo
para escuchar su eco?
¿Quién juega con mi frescura
y da de beber a las flores?
¿Y qué recompensa a mi silencio
que a todos escucha
y a nadie delata?
¿Quién viene a contarme sus penas
o a ver el reflejo de la luna?
Ay, pozo, no me llames,
no uses tus encantos.
––Agua, para no morir de sed
te necesito.
Hay tantos pozos secos,
olvidados, destruidos
y cubiertos de lodo,
llenos de soledad infinita.
¡Hagámonos compañía
como los pájaros
y alegrémonos con sus vuelos
contagiados de su alborozo!
Ay, pozo, si caigo dentro
ya no salgo.
––Te equivocas, agua mía,
deja que me llene de ti.
Verás cómo los dos nos salvamos,
mi sed y tu tormenta
harán un océano tan grande
que reflejará la luz
de un cielo estrellado.
Vendrán a dejar su dorado brillo
los futuros soles.
Y la luna, ¡cómo alegrará su rostro
en este hermoso espejo!
¡Ven!
¡Calla! No quiero oírte
me hechizas con tu negro
embrujo.
Solo quieres poseerme
para tu gozo.
––Ven, nube mía, echo de menos
el arrullo de tus gotas,
el cascabel de tu risa.
Quiero sentir el roce
de tu piel fina y de nácar,
besar tus labios sedosos.
Te necesito, sin ti muero.
Ay, pozo, me hundirás en tu foso.
Caeré en tu mortal abrazo,
y qué será entonces de mí,
harás mi tumba en tu lecho.
¿No ves que hay páramo en mi carne,
que ya no encuentro
ni fuente ni arroyos?
Apenas doy para un triste charco
sin renacuajos,
donde ya no hacen los críos
arcoíris con las cáscaras de naranjas.
También soy olvido y nada.
Tú me muestra oscuridad
aún más grande.
––Agua, agua ven, te lo ruego,
nube negra y preciosa.
Calla, no me hables.
Déjame que el viento me arrastre
a su deriva.
De nuevo me llamas, pozo
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