Te recibo, luna, sobre los tejados
de un atardecer.
Blanco intenso es tu resplandor
sobre un claro ocaso.
Dejo sonar un molinillo de viento
y el perfil de tu rostro
ya anuncia la redondez en su curva
una cercana pubertad.
En este cielo, aún azul índigo
que hacia el oeste se viste
de rojo y malva,
se perfilan lentamente
los contornos del paisaje
con el abrazo de las sombras.
Entra con disimulo la noche
en un recién estrenado septiembre.
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