Hay momentos

Hay momentos donde las cosas
asumidas, aquellas que,
con natural rutina se soportan,
realizadas con la vanidad
de una certeza
y la soberbia que dirige los actos
de los sabios, reyes y dioses.
Hay segundos en que los pasos
seguros pisan el vacío,
caen por un precipicio sin fondo.
Entonces, nada tiene sentido
o vemos el sinsentido
de nuestras razones.

De dónde nos viene la convicción
para creer que dominamos
el horizonte,
que tenemos el control
de la distancia abismal
de los instantes,
de la insondable selva de nuestra vida.
De qué se alimenta este engaño
que no recuerda su fatal destino.
Es tal vez este lelo divagar
por diversiones,
ocupados con sesudos asuntos
en tareas repetidas,
obligados por nosotros mismos
a imitar los gestos del otro
como autómatas que siguen
la imagen en el espejo.

Encadenados a nuestra cotidianidad,
ajenos a la voz que nos susurra
al oído,
miramos hacia la hierba,
seguimos el movimiento
del perro guía,
creemos que perderse
es caer en las fauces del lobo,
pero pastar sumisos
será la lenta agonía hasta la matanza.

Desengáñate, ser viviente,
eres muerte para la vida.

Esa voz la ignoramos
hasta que nos grita un día a la cara
y aun así nos sorprendemos
extrañados de que sea a nosotros.
Quedamos incrédulos
ante lo que nos pasa.
Negamos la evidencia
con feroz rebeldía, sumisión
o locura.
Estamos así acostumbrados
a creernos nuestras mentiras.
Hechos para la ignorancia
llegamos a la insensatez.

El dolor del frontal impacto
nos aturde y quedamos
sin saber responder.
Olvidadas las emociones
qué fácil se dibujan
cuando fluyen sin fuertes
corrientes
y siguen el curso de su cauce.
Cuando su río desciende
un desnivel brusco,
caemos como bravas cataratas,
en la fuerza de su torbellino,
sus aguas se descomponen
entre una densa bruma
de confusión y estruendo.
Al igual que una fuerte explosión
es lanzada a las alturas
la masa que componía
la armonía de nuestro devenir
y, al caer los pedruscos
desde el cielo,
buscamos el amparo
bajo alguna techumbre
que aún se mantenga firme.
Un trozo de pared donde apoyarnos,
una mano que nos sostenga.
Y después del drama,
con el tiempo necesario,
si nos hemos librado de esta,
continuaremos el mismo sendero
fabricado de absurdos sueños
un paisaje al apaño
con los escasos víveres
de esta existencia.

Quizá nos dejemos vencer,
hagamos en el camino un descanso
para ver pasar a los demás
peregrinos.
Buscamos el refugio de una sombra
y esperar allí el final
de este incomprensible espectáculo.

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