Esa vieja tristeza

Esa vieja tristeza
le dio la mano a mi conciencia
desde niña.
Transitaba entre las cosas cotidianas,
se alejaba y volvía a su antojo.
Sin previo aviso irrumpía
como una racha de aire turbio
que aprovechaba una puerta abierta,
una ventana, un pequeño hueco.
Llegaba clandestina
mientras la tarde silenciosa
me entregaba su cálido abrazo.
Horas líquidas y dulces,
entre trinos de aves,
en un jardín vedado para mis ojos.
Y la clara y limpia tierra
de mi ánimo
se cubría de limo
por ese río desbordado.
Aún mi alma lleva sus cicatrices
y, echada desnuda
sobre el lecho vespertino,
se le eriza la piel
cuando la siente llegar
y la viste su mortaja.

No hay comentarios:

Publicar un comentario