Soñé

Soñé con rostros desconocidos
y mi intervención con ellos
fue secundaria,
ajeno comensal en la mesa de al lado.
En mi sueño, ese paisaje
que sólo mi mente inconsciente
domina,
cedí el protagonismo a otros.

Suele vestir la realidad del soñar
con los harapos de nuestros
deseos, miedos y acciones
y elige objeto o sujeto
que nuestra razón no entiende.
En los ignotos territorios
de nuestro cerebro
hilos áureos dirigen
los senderos, desvíos y atajos
que sólo él gobierna,
traza sus mapas y proyecta
sus recorridos aleatorios.
En su viaje carga la maleta
con prendas transparentes,
sin forros que nada oculten,
a la vista quede en evidencia
el cuerpo desnudo,
secreto avituallamiento
de una ancestral memoria
alejada de nuestro entender.

Atrapa en sus redes
esta pirata embarcación
los peces que cocina
a su antojo.
Altera todas las medidas,
se salta cualquier norma,
no existe sentido concreto
ni ajustado.
La objetividad inventada
para los sucesos cotidianos
es la amorfa fantasía
sin convicciones.
Por el contrario, la lógica
no puede ser ancla
para su mundo de libertad
y, rebelde, va contra toda corriente,
navega sobre las olas
de un cielo.
El fuego de sus calderas no arde,
puede ser fría nieve,
los pozos son infinitos,
nuestras piernas nos frenan
y volamos sin alas.
Todo está al revés y no hay
derecha o izquierda.
Su lengua trastoca el orden
y su código se construye
con sonidos irreconocibles.

En esa comarca, son los sueños
señores absolutos,
imponen el yugo de su ley.
Son jueces siempre
de nuestros delitos
y la sentencia deciden,
castigo o premio,
sin respeto a nuestra defensa.

Despertamos ante este tribunal
con expansiva alegría o con el corazón
encogido en un llanto sin consuelo.
Nos hacen gritar en el silencio
de la noche,
aterrorizados con sus demonios.
Convictos siempre culpables,
acusados frente al tribunal,
aceptamos su veredicto,
sin embargo, hay sueños
donde somos sólo testigos,
auditorio en la platea,
en su juego simple peones.
Entonces, elige a otros actores
como protagonistas para representar
el principal papel de la obra.
El yo durmiente, sin identidad,
es sólo figurante, espectador
o incluso atrezo del decorado
en aquel teatro infinito.
No es todo esto muy distinto
a la vida,
donde creemos ser narradores
omnisicentes
cuando somos
meros apuntadores olvidadizos.

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