Sueño que soy joven

Sueño que soy joven
cuando ya no lo soy.
Vuelvo a un sentir
de emociones pasadas,
el tiempo efervescente
con aseado cuerpo de miedos infantiles
sin reparo de gélidos vientos futuros.

La pasión que pensamos
única, particular, propia
de aquellas vivencias,
la intimidad con ella
que sólo a nosotros nos pertenece,
es, sin embargo, caprichos
de la esencia del ser,
el bullir indefinido sin nombre
sustancial a cualquier materia.
Guiso que hirvió al fuego
y se apaga lentamente,
vencidas sus chispeantes burbujas
al enfriar las brasas.
Dejó en ese volcán
su lava endurecida,
la piel mácula,
el alma impura.
El fuego que cocinó las horas
transformó la mirada,
apagó el brillo,
que hacía fusión en su retina,
es hoy, masa tosca,
amalgama de sensaciones
cada vez menos cálidas,
cada vez más frías.
Sin quererlo ni pedirlo,
aquel guiso se ha vuelto
rancio,
vomitivo para el estómago.
Nuestros ojos lo rechazan
al olfato le repugna,
aquello que levantaba el apetito
hoy nos hace cerrar la boca.
Le basta al cuerpo
el alimento frugal,
le sientan mal ciertas cosas
que antes toleraba.

Mientras llenaba sus ansias,
la mente no pensó,
entretenida en el paladear,
se desocupaba.
Ahora, sólo piensa y rumia
y a veces sin reflexión,
se abandona al vaguear entre sueños,
siempre a la espera.
Distrae el espíritu
llevado por un silencioso desierto
sin sed de agua alguna.

Sabes que hay un sol sobre tu cabeza
pero sólo sientes la fría noche
que avanza,
y convierte las ardientes y movedizas
dunas
en helada y estática piedra.
No hay aromas en los sueños
aunque estén todos los ingredientes,
la olla no echa humo
no hay sabor en lo que comes.
Son un teatrillo representado
sobre un extraño escenario.
El cuerpo reacciona
simplemente al recuerdo,
responde en simulacro
a hechos ocurridos
vacíos de experiencia.

Dejan amargo sabor
de lo perdido, de lo deseado.

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