Cómo conocer lo que el ojo
no alcanza,
aquello que la mirada no rodea.
Sólo llegamos a distinguir,
una parte, una ínfima porción
de su totalidad.
Digo: esto es una mesa,
porque sus límites
son de mi dominio
y sus elementos y tacto
me dejan llegar
a esta conclusión.
Digo: esto es una flor,
porque su aroma impregna
mi infantil recuerdo
y su nombre
fijó el color y número
de sus pétalos.
El concepto abstracto sabe
que su definición es imperfecta,
pues no podemos atribuirle
cualidades palpables,
medidas firmes
y al final, deja el mediocre cuerpo
vestido al modo clásico,
llevado por unas costumbres,
un camino único,
por donde todos deben pisar.
La razón deja la puerta abierta
para aquello que sus ojos
miopes
no distinguen por completo.
Los argumentos se orean
por las ventana del saber,
pero, muy a pesar de los sentidos,
su pertinaz contundencia
se obstina en cerrar formas,
dibujar los blancos espacios,
trazar una borrada línea,
el omitido elemento,
y configurar la figura
a la que poder llamar
por su nombre.
Es curioso ver
que la verdad que esconde
la eternidad,
se halle dentro de una luz
inefable, tan intenso fulgor
acoge su gran secreto.
El desnudo ser no se expone,
no abre su carnalidad,
sino una silueta difusa
y latente siempre, apunto de abrirse
como una flor que despliega
su exuberante aroma
en la densa noche del cosmos.
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