Se hicieron grandes estos arbolitos
que nacieron de las semillas de mis frutos.
Ya no necesitan de mis cuidados,
se bastan con las lluvias, aire y alimento
que la vida les proporciona.
Hay más sombra bajo sus copas espesas,
se han alargado sus ramas.
Algún día no muy lejano,
echarán sus frutos creados de su esencia,
otros árboles que vendrán
a llenar y hacer más extenso este bosque.
Veo cómo sus ansias buscan el cielo
mientras mi espalda se curva hacia la tierra.
Añoro cuando a mi tronco se agarraban
buscando la protección contra vientos y tormentas,
cuando en mi esplendor, su fragilidad
quedaba bajo mi amparo.
Espantaba sus miedos cantándoles nanas,
moviendo mis ramas con la suave brisa
y acariciaba sus rostros con mi hojas.
Con el paso de las estaciones,
fueron creciendo fuertes y sanos,
con hojas frescas de un verde
que demostraba la juventud de su savia.
Hoy mi miedo no tiene consuelo
al saber los peligros que les acechan,
el inesperado destino que les depara.
No estaré ahí para darles mis tiernos abrazos
más allá de la memoria marcada en sus cortezas,
la conciencia de lo aprendido.
Mi perenne amor los acompaña.
De mis raíces profundas un día surgieron,
ahora son libres sus ramajes para buscar la luz.
Ya no estaré para vencer sus demonios
ni defenderlos de la amenaza
de una naturaleza aún más poderosa.
También los árboles lloramos resinas por un pasado
que no volverá a traer el ímpetu y la alegría,
la nostalgia de aquellos tiempos.
Se hicieron grandes
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