Soy una pequeña piedra
lanzada al mar.
No tengo piernas ni brazos,
andar me asusta,
las olas me llevan a capricho
de un lugar a otro.
Unas veces aparezco en la orilla,
otras en el fondo del océano.
He visto risueñas almejas,
conchas hermosas,
corales de vivos colores
que nadan alegres
como peces en el agua.
Mientras yo, triste
y abandonada piedra.
Desde que mis recuerdos
me acompañan,
tuve miedo a todo,
y, aunque nunca dudé
de quién soy,
no pude evitar sus reflejos.
Preferí esconderme
enterrada en la arena,
pasar desapercibida,
sin más brillo que la sal
que cubría mi cuerpo.
Cuando mojada, el sol,
le hacía destellos,
efímeros como un instante
cuando el aire los seca.
Detesto el movimiento
porque este me obliga
a rodar en peregrina búsqueda
sin controlar las direcciones.
Como no tengo pies ni aletas,
cuando avanzo mis andares
son lentos y torpes.
No aceptaron mi diferencia,
aún oigo sus voces,
¡anda, rueda!, desconfiando
de mis deformes contornos,
sembrando en mi ánimo
esta imagen imperfecta.
No logro desprenderme de sus ecos,
que como acero me anclan
resonando sus golpes
sobre mi cóncava materia.
Huyo de la playa
deseando que la marea
me lleve en su regazo.
Soy piedra
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