Ese silencio tuyo
frente al espejo para afeitarte.
Aquel silencio sosegado,
meditando con las aves
y la tierra germinada.
Tú, callado, sin palabra suelta,
unos ojos perdidos, quién sabía por dónde.
Y cuando aquella paz se rompía,
un silencio atronador de rabia
que hacía sangre en los oídos y en la carne
y agitaba la tierra en su centro.
Quién era entonces aquel ángel,
¿un monstruo, una bestia herida,
una víctima de los que no supieron quererte?
Ahora, en tu silencio eterno,
cuántas cosas espero oír desde ninguna parte,
porque andas por todos los espacios.
Cae tu silencio lleno de todas las voces,
sin estar sujetas ni en gargantas ni libros.
Tus pesares de hombre son suave lluvia
y esta tierra los acoge con compasión.
Porque ya no son látigos, sino alas
que abrazan mis oscuridades.
El sama
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