Puedes quitarte las ropas,
vestirte de limpio cada día,
inventarte un mismo reflejo.
Caerán invisibles y minúsculas capas de piel
como hojas secas de un árbol,
transformando líneas y ángulos.
La savia salvaje se calmará
y hará pesado caudal en su recorrido.
Este árbol creció y llegó a su límite,
deja en las grietas de su corteza
anidar arañas que tejen con finos hilos
un nuevo traje para su tronco.
Espera que el aire le anuncie
la nueva estación que dará comienzo
y repetir con otras cláusulas
el débito marital con la existencia.
Desnudo de hojas, lluvias
limpiarán de forraje sus cuencas,
sus retorcidos nervios se desperezarán
y confundirán el crujir de truenos
con un corazón latiente.
Es torpeza que lo llame el aire
con el mismo nombre,
pues este árbol ha cambiado tanto de ramaje,
que el que dio sombra ayer,
cubre y deshoja espacios hoy,
ha quebrado el viento alguna rama.
Que los sentidos no lo engañen,
quieren en su cárcel retenerle.
No hay vereda que contenga
el espejo del cielo.
En sus infinitos destellos se miran
sin ceñirse a sus raíces.
La tierra siempre se renueva.
Puedes quitarte las ropas
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