El día está indeciso,
no sabe qué vestido ponerse,
qué rostro lucir para la calle.
No sabe si dibujar en sus labios
una amplia sonrisa
y mostrar la blancura de sus dientes
o, por el contrario, poner la mueca seria,
dejar caer sus comisuras,
fruncir el ceño y oscurecer
la dulzura de sus ojos azules.
De pronto esta señorita se asoma
vestida de colores luminosos,
la piel perfumada,
con rubor en sus mejillas
y la mirada dulce y cálida.
Ha desatado su moño y suelta
su melena de rayos dorados.
Ceñido a su talle lleva un vestido
de lentejuelas brillantes como cristales
que resaltan su natural belleza.
Pero, como asustada niña se esconde
tras la cortina,
deja un pequeño resquicio entreabierto
y una mano huraña se la cierra de golpe.
Sale a la puerta una señora malhumorada,
vestida por entera de luto
de los pies a la cabeza,
sin un rastro de clemencia en su semblante
con ruda mirada y apretada boca.
Parece celosa del encanto de la tierna doncella,
callada pero con firmeza le ordena
cerrar la ventana
y queda encerrada en la oscuridad
de su estancia.
No quiere que ojos lascivos la miren,
debe guardar su pureza
hasta de los malos pensamientos.
La inocente niña desobedece
y se entrega voluptuosa al gozo.
Aprovecha un despiste de su carcelera
y abre primero un ventanuco de su torre,
después la ventana de par en par
y por último sale al balcón radiante de nuevo,
mostrándose en plenitud.
En este día toda la luz y la noche
se concentran,
la alegría y la melancolía
de su voluble ánimo.
Es el amor con sus aristas
que zarandea al corazón
con sus dudas y caprichos.
El día está indeciso
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