Aprendemos a distinguir la belleza,
pero hay una belleza dada,
implícita en cada elemento,
sin formas ni límites determinados.
Es falso que una simetría
sea el requisito básico,
bello es el tronco escamoso y torcido del olivo.
Sentenciamos que la belleza
está en el que mira,
la otra mitad está en el mirado.
La belleza es caos y equilibrio,
lo visible y lo oculto.
Hay sustancias que adquieren ese adjetivo
nada más nombrarlo:
digo amapola y hasta su sonido es bello,
menciono prado verde y en mi mente surge
la imagen exuberante de un valle,
nieve sobre las copas de los árboles,
montañas con anillos de nubes,
y cima besando el cielo.
Blanco velero en un mar inmenso,
pétalos de rosa con gotas de rocío,
un cuerpo,
unos ojos,
un canto,
un gemido.
Todo eso es belleza y todo nuestro.
Pero si digo:
babosa, polluelo desplumado,
ojos de moribundo, niño hambriento,
sapo, cucaracha, lodo, sangre,
vísceras, rabia, hastío,
huracán, noche monstruosa,
boca babeante, suciedad, harapos,
deformidad,
pus,
dolor,
grito.
Haremos una mueca de asco, rechazo, horror,
sentiremos un escalofrío.
Todo eso también es belleza,
también tú,
mi querido enemigo.
¿Belleza?
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