Trazaron su figura las hordas
de vientos del aquilón,
fríos y tempestuosos.
Hicieron escarcha en su piel
y en las entrañas ardiente fuego.
Ya venía vieja su consciencia
con la mirada de muy ayer.
La ira del norte ahuyentaba las nubes,
alejaba las lluvias
y convertía el prometedor valle
en abandonado desierto.
Rellenaron su fondo de flores silvestres,
cubiertas de espinas y sin olor
y, al lado, un jardín lleno de dulces aromas
y pétalos de terciopelo.
Su memoria camina de puntillas,
deja espacios sin pisar.
Es funambulista en la cuerda floja
sin red, hace piruetas por el empuje
de un reloj que marca las pautas
en esa distancia de soledad.
Repite cada día sin convicción
un sueño de esperanza.
Lo difícil es sostenerse
mientras en el foro, abajo, en la lejanía,
un público animado
escucha al maestro de ceremonias
anunciando el siguiente número.
Trazaron su figura las hordas
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