Esta escalera de piedra
culmina en una cruz también de piedra.
Es una escalera que no suben
piernas humanas sino patas de aves.
Sus altos escalones son descanso
para sus cuerpos,
campo de cultivo las plantas
crecidas en sus grietas.
Desde esa escalera,
ellas otean el horizonte,
reposan en calma
miran la extensión de un cielo,
estudian sus nubes y sus formas
si vienen con bravura o benevolencia
y hacia qué otro paisaje,
obedientes al viento, se marchan.
En este instante de vuelos
la escalera está solitaria,
sin gorjeos de pájaros,
fría y gris, cubierta de humedades,
a la espera de un pronto atardecer
que traerá sus sombras
y entonces regresen de sus paseos
antes de abrigarse en sus casas.
Son redondeados sus contornos
las aristas fueron domadas
por el tiempo.
Parece una muralla que fácil
se atraviesa,
igual que esta bandada de vencejos
vence la resistencia del aire,
libres van sus alas.
Es como un camino, la senda
que nos lleva a la cima de su cruz
con forma estrellada.
Ahí, firme y silenciosa,
herida por siglos
y por los azotes que da la vida,
vieja, cansada, abandonada a la suerte,
mas ¡qué bella es su estampa!
¡Qué hermoso regalo para los ojos
que en ella se posan!
Esta escalera de piedra
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