Padre, da calor a ese vagabundo
que duerme en ese banco de piedra.
Gracias por darle la botella de vino
que le entregó el calor de su fuego
y el olvido de su soledad.
Padre, gracias por dar luz
a las frágiles gotas y hacerlas visibles
a los ojos.
Gracias, Padre, por crear
con el vaho del mundo
nubes de todos los colores.
Padre, gracias por hacer magia
para el dolor das ternura
y cicatrizas la herida.
Gracias, Padre, porque un mismo paisaje
lo pintas de distintos contrastes y perfiles
llevando de la mano al sol por el horizonte.
Gracias, Padre, por entregar frío
y ofrecer el abrigo de un hogar,
porque entre las tinieblas de la noche
ciegas nuestros ojos
para caminar los senderos ocultos.
Padre, gracias por dar desperdicios
a este pobre,
restos que ha encontrado
en un contenedor de basura.
Gracias por conceder a unos despreciar
lo que otros necesitan.
Gracias, Padre, por llenar de ambición
las manos de un mundo
y dejar vacías a tantas
para buscarse entre ellas.
Gracias, Dios, por ese aparcacoches
que me dio bendiciones por una mísera limosna.
Dios Padre, gracias por dar a este
mendigo sus pocas posesiones
unos cartones, una manta vieja
y un paquete de cigarrillos.
El amparo del recodo de las paredes
de unas viviendas
para resguardarse del frío y la lluvia
de los vientos y peligros,
al pie de una gran avenida
concurrida y luminosa
que lo protege de los desaprensivos.
Padre, ¿qué castigo merecen
estos viandantes que cruzan sin mirarle
temerosos quizá de su presencia?
Él también los teme
o tal vez no tenga miedo aquel
que todo lo ha perdido
y solo le queda un cuerpo viejo,
un trozo de vida miserable,
sin techo que le cubra,
ni seres que le quiera.
Sin un lecho y comida caliente.
Nada tema, solo al frío
que hiela sus huesos
el vacío en el estómago
y el hambre en sus entrañas.
Pero, Padre, gracias por dar
a este pobre humano razón
para cuidar su abandono.
Padre, da calor a ese vagabundo
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