Hoy luce un sol de verano.
Es de esos días en que el cuerpo
siente una alegría ingenua,
aquella que viven los niños
cuando juegan a ser adultos.
Es tan lozano este sol
tan fuerte su abrazo,
se hace inevitable dejarse
llevar por sus caricias.
Engañados, creemos
en la dulzura de la vida,
porque hoy en este día de invierno
que parece verano,
la vida no enseña sus dientes,
a cambio, te da un beso en los labios
tan dulce como el caramelo,
tan tierno que te derrites.
El cielo se entrega en cuerpo y alma
y su resplandor baña las cosas
con plata líquida.
Este horizonte es aún más hermoso
que cualquier otro día,
los azulejos del campanario
son espejos que reverberan en mis ojos.
Sus rayos de luz entran por las ventanas
abiertas de par en par,
rozan las hojas verdes y las florecillas,
amarillas de unas macetas,
que toman el sol sobre el pretil,
si estamos atentos
podríamos escuchar sus risitas de placer.
Vuelca en mi corazón la luz de su magia,
fuera está el ruido de la calle
se escuchan los gorjeos y silbidos de los mirlos
y lanzan graznidos una pareja de cernícalos
apoyados sobre la cruz de piedra.
Una paloma se ha posado
en la unión de los aleros del tejado,
altiva, mira hacia el infinito.
Sueño que hoy el mundo está
en equilibrio y confío,
no sé en qué, ni por qué,
pero confío, que lo eterno es hoy,
que en la transparencia de este día
está la eternidad.
Hoy luce un sol de verano.
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