La busco y no la encuentro

 La busco y no la encuentro,
por algún sitio la tuve que dejar.
Ay, esta cabeza olvidadiza,
este desorden en los cajones.
Cómo encontrar entre tanto desbarajuste
algo tan trasparente, fino y escurridizo,
fácil de camuflarse y perderse
por las grietas de este mueble viejo,
por rincones oscuros de las estanterías.
Hice el nudo a San Cucufato,
recé a San Antonio abad, patrón
de las causas perdidas,
aún tengo atado el pañuelo
y el santo sigue callado e impávido
con sus velas encendidas implorantes
y las flores frescas cada día en el jarrón.
Sus orejas no escuchan mis súplicas,
firme su figura de escayola,
sus ojos no atravesados por la luz
me miran sin ver
y solo responde el solemne silencio del templo.
Me es sumamente importante,
necesito recuperarla.
Acepto pues sin remedio, su ausencia.
Me doy por vencida,
aunque no puedo evitar frustrarme
y desespero ante la pregunta
¿adónde se habrá metido?
Por ningún lugar aparece.
Recuerdo cuando la tuve entre mis manos,
llenaba mi corazón su presencia,
en mi mirada brillaba su reflejo.
Sin ser llave abre la puerta
y entra en mi casa,
el milagro de su sonrisa.

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